sábado, 6 de septiembre de 2008

Partidos políticos y mujeres en el poder




Hace unas tres semanas, la revista Ya nº 1301 (Diario el Mercurio) publicó un articulo acerca de las trabas de las mujeres en política, centrada en cuatro trabas fundamentales de las cuales quiero destacar la titulada partidos políticos poco amigables. En esta se deja entrever que la cultura tradicionalmente machista al interior de los partidos políticos le ha jugado en contra a las mujeres, tanto a la hora de no dejarlas participar en las listas de elección a cargos populares como a la hora de dialogar o apoyar a las mujeres que se encuentran en puestos de autoridad. Que el artículo este ilustrado con fotos de las mandatarias de Latinoamérica no es casual, ni menos de que quien aparezca en forma principal sea la Presidente Michelle Bachelet, lo cual de manera inmediata recuerda la figura del femicidio político que la propia mandataria utilizará hace bastante tiempo atrás para retratar su difícil relación con los partidos políticos.

No podemos desconocer de que una cultura tradicionalmente machista tenga una gran cuota de responsabilidad en esta tensa relación, o que esta sea contraria a la participación de las mujeres en la vida pública que, en el mejor de los casos, son vistas como adornos encaminados a obtener mayores votaciones generales puesto que muchas de ellas lanzadas a competir con verdaderos monstruos políticos no logran resultar electas… resultado indiferente a su género puesto que en dichas elecciones ningún hombre quiso correr igual suerte, de manera que el genero es utilizado como un chivo expiatorio de la fortaleza del rival político, como una manera de cumplir con la exigencia social de tener candidatas y a la vez, una forma de protección de aquellos que detentan el poder de manera tradicional. Sin embargo, este ingrediente no es sino un condimento en este caldo social, de manera que dejándolo ceteris paribus me gustaría analizar la relación de los partidos políticos con el ejecutivo. Que los partidos políticos no han sido amistosos con Bachelet es un hecho, sin embargo, el que crea que la situación cambiará con la existencia de un hombre en el poder esta desconociendo gravemente la situación y no esta siendo capaz de escuchar el ambiente en el cual se encuentra, de lo cual se puede desencadenar una grave crisis política como la vivimos en el 25’ o en el 73’.

Bernardino Bravo Lira en su libro Poder y respeto a las personas en Iberoamérica. Siglos XVI a XX al referirse a la relación del poder civil y el poder militar, nos indica que cada vez que existe una crisis política civil, desde la época de la colonia, los grupos castrenses que son formados como los últimos garantes de la civilización cristiana occidental en virtud del perfil psicológico de sus miembros intervienen para dar solución a esta, dando lugar a una historia en la cual nos encontramos con periodos institucionales civiles seguidos por una crisis y luego un periodo institucional militar que vuelve (luego de más o menos tiempo) a entregar el mando a los civiles. Dos lecturas inmediatas surgen de ello, la primera, que las Fuerzas Armadas actúan como un elemento que disminuye drásticamente la tensión que produce el estrés adaptativo que generan las crisis, de manera que estas actúan, como ellas mismas lo indican, para impedir el cambio por lo que su actuación no necesariamente es positiva, impide la evolución social, pero tampoco es necesariamente negativa, puesto que salva a la sociedad en caso de que el estrés haya superado los limites que permiten un aprendizaje social y este a niveles destructivos, por lo que su actuación deberá analizarse caso a caso. La otra lectura, menos inmediata, es que en el momento de las crisis políticas en Iberoamérica el poder ejecutivo es débil en relación al poder de los partidos políticos y viceversa, en las dictaduras militares el poder ejecutivo es de tal fuerza que por lo general elimina la existencia de los partidos políticos. De esta manera, la historia política de Iberoamérica estaría tejida por un equilibrio precario entre el poder ejecutivo y el poder de los partidos políticos, por lo general representados en el congreso. A lo largo de nuestra historia colonial, los grupos aristocráticos que detentaban el poder y que más tarde se transformarían en los partidos políticos no tomó con muy buenos ojos la existencia de un poder central que los desconociera en la toma de decisiones. Durante la independencia ello se materializó con el golpe de estado que diera José Miguel Carrera, representando a los grupos dirigentes, quienes cuando el tomo el control total le quitaron el piso para entregarle el poder a Bernardo O’higgins, con quien luego hicieron lo mismo generando una inestabilidad en la incipiente república hasta que la Constitución de 1833 les reconoció su posición en el poder, al mismo tiempo que les impuso la figura de un presidente-rey que equilibraba la ecuación. Este sistema funcionó en la medida de que la personalidad del presidente fuera muy fuerte y reconocida socialmente y comienza a flaquear en la medida de que se presentan presidentes cada vez más débiles en personalidad lo que fortalece a los partidos políticos quienes llegan a detentar el poder de manera no oficial y que culminará con la guerra civil de 1891 en la medida de que Balmaceda no se los reconociera e intentará volver a la idea original. Este dramático escenario se ha mantenido hasta el día de hoy, cuando el presidente es débil, las facciones que configuran los partidos políticos crecen, y viceversa, cuando el presidente es fuerte, estos son contenidos o llegan a desaparecer en el caso de una dictadura o gobierno de facto. En la actualidad, desde la Reinstauración del Congreso en 1990 estamos viviendo y viendo una historia similar.

Partimos de un gobierno de facto caracterizado por la fortaleza del ejecutivo, la que se perpetúa en la Constitución de 1980 que limita y regula las atribuciones del congreso y resta poder a los partidos políticos, pero luego con el transcurso del tiempo de manera paulatina y subterránea, los partidos políticos han recuperado este poder, comenzando con la reducción del mandato presidencial de 8 años a 6, con lo cual ya un Senador dura en su cargo 2 años más que el mismo presidente. Al final del gobierno de Ricardo Lagos, quien contuvo con la fuerza de su carácter las imposiciones de los partidos políticos, estos eligieron llevar a un nuevo rostro de candidato a la presidencia, mas amable, supuestamente más dúctil y fácil de manejar por ser mujer, no sin antes reducir a cuatro años el mandato presidencial con lo que un Senador ya dura el doble que un Presidente. Estos cambios a favor de los partidos los han robustecido de poder, ellos nombran al representante en el congreso cuando este deja de serlo antes de cumplir con su periodo, como en el caso de la muerte de un diputado, y ahora, pretenden que en caso de que uno de los representantes renuncie al partido, pierda su escaño en el congreso de manera automática, con lo cual se terminaría de consolidar el poder de los partidos. De esta manera, quien pretenda llegar a la presidencia tiene una larga y difícil tarea: gobernar con partidos políticos demandantes, exigentes, que no respetaran las decisiones del presidente y trataran de imponer su parecer.

Lo anterior se agrava al tener en cuenta que los partidos en general han dejado de ser representativos en relación a la sociedad, sumado al hecho de que al interior de los mismos ya no existen varias posturas, si no que en la actualidad las posturas dominantes se han encargado de exterminar a la disidencia, expulsando a las voces disonantes, a la vez que sus autoridades han acallado la existencia de otras voces fuertes pero no disidentes, cometiendo un grave error puesto que eso disminuye aun más su ya alicaída representatividad sólo con la finalidad de mantener su posición dentro de cada tienda. Por otro lado, ha surgido la idea de que el Presidente de la República es a la vez presidente de su coalición y que los candidatos naturales de cada partido son sus presidentes de manera que estos se encargan de terminar con cualquier otro candidato, estando permanentemente en campaña. No será fácil para ningún presidente gobernar en estas condiciones, independiente de su género. Los partidos no darán pie atrás apoyando a un presidente de fuerte carácter (he ahí por que la candidatura de Lagos se ha ido diluyendo en el tiempo) y por otro lado todos sabemos que el ultimo enfrentamiento entre los partidos y el presidente terminó con una guerra civil; de igual manera, cuando los partidos no dejaron gobernar al presidente ocasionó una de las grandes crisis en nuestro país hace poco más de 30 años. Pensar que ello se presenta por el genero del presidente es un grave error, pero mucho más grande es no percatarse acerca de la existencia de estas facciones, pasarlas por alto y no prever las consecuencias de este escenario.